La
barbarie Nazi exprimió el ingenio de muchos héroes y científicos. El
médico polaco Eugeniusz Lazowski inventó una gran epidemia de tifus a
base de un innovador método que consistía en inocular los reactivos a
personas sanas para generar falsos positivos. Las fiebres tifoideas eran
‘la peste negra’ para los alemanes, que acotaban en cuarentena
cualquier brote sospechoso de propagarse evitando así la deportación y
reclutamiento para los campos de trabajo y exterminio de los judíos
polacos.
Eugeniusz
Lazowski (1913-2006) era un médico polaco de inminente rasgos
pacifistas. A pesar de enrolarse pronto en el ejército durante la
Segunda Guerra Mundial siempre ejerció como ‘salvavidas’ y galeno en la
descompuesta estructura de la milicia polaca y en la Cruz Roja
internacional.

A
mediados de 1940, un año después de la invasión Nazi, el Doctor se
encontraba ejerciendo en la aldea de Rozwadów, al este de la Polonia
ocupada. Los alemanes estaban levantando ya la ingente red de campos de
concentración, fábricas y minas que necesitaban para alimentar su
maquinaria bélica. La mano de obra polaca, por su cercanía, era fuente
barata e inagotable de recursos para el sistema Nazi.
Por
la noche, y con alevosía, la Gestapo mezclaba sus rituales de
asesinatos al azar con el trille de las aldeas polacas reclutando a la
fuerza mano de obra dentro de una población ya diezmada por la hambruna y
las necesidades más elementales. La mayoría nunca regresó a sus casas.
Hacía
poco que el Doctor Lazowski se había trasladado a la aldea desde su
Varsovia natal. Recién casado y titulado no temía por la deportación ya
que el ejército alemán necesitaba de médicos judíos que controlaran las
posibles epidemias ‘desde dentro’ para ejercer un control más efectivo.
Lazowski tenía pues, junto con su compañero de facultad Stanislaw
Matulewicz, la responsabilidad de informar de los brotes epidémicos en
Rozwadów y en las pedanías aledañas.
El
tifus era la epidemia más temida por el ejército alemán. Su capacidad
diezmante preocupaba sobremanera. El mayor error médico del ejército fue
conseguir desterrar la enfermedad de toda Alemania, impidiendo la
formación de anticuerpos en la tropa Nazi, lo que les dejaba vendidos e
indefensos ante un posible contagio. Por ello tras las primeras bajas y
alarmas dedicaron grandes recursos a la “terror-investigación”. En
Buchenwald y otros campos, eran constantes los experimentos con
prisioneros para probar las vacunas y pócimas contra el tifus
exantemático.
En
las navidades de 1941, se encontró con el primer caso de fiebres
tifoideas del pueblo. Un joven aldeano con 40º de temperatura, jaquecas,
escalofríos, y dolores generales acompañado de manchas rojas en la
piel. La erupción se diseminaba al cuerpo entero a excepción de la
cara, palmas de las manos y plantas de los pies. Tomó una muestra de
sangre y la envió al laboratorio controlado, lógicamente, por los
alemanes.
Los
métodos de detección de la enfermedad se basaban en esa época en un
reactivo llamado ‘reacción de Weil-Felix’ basado en el Proteus Ox-19
(una bacteria) que mezclado con la sangre del paciente se aglutinaba y
se enturbiaba en caso de positivar. Para que esto ocurriera, la mezcla
debería estar a una temperatura no superior ni inferior a 38ºc, por ello
las pruebas se hacían en habitaciones con complejos sistemas de
calefacción y termostato.
El
compañero de Lazowski, el Doctor Matulewicz especialista en medios de
diagnóstico, preguntó una tarde de pruebas a su compañero:
-¿Qué
ocurriría si en vez de mezclar el Ox-19 con una muestra de sangre se lo
inyectáramos a una persona sana? Y si luego le tomáramos una muestra e
hiciéramos la reacción, ¿se confirmaría el diagnóstico de tifus?
Con
el miedo de banalizar el juramento hipocrático y convertirse en
discípulos del mismísimo Mengele, ambos decidieron que valía la pena
experimentar en un aldeano no sin antes confirmar que el reactivo estaba
compuesto simplemente por bacterias muertas lo que impedía,
teóricamente, el posible contagio.
-”Yo
no estaba en condiciones de luchar con una pistola o una espada”, dijo,
Lazowski en su biografía “pero encontré la manera de asustar
terriblemente a los alemanes”.
Inyectaron
la muestra a un paciente de la consulta amigo personal de Matulewicz,
que estaba desesperado por eludir el reclutamiento Nazi. La prueba
tifoidea dio positivo a las 4 horas y a los 6 días. El paciente no
desarrollaba ningún síntoma. El experimento fue un éxito. Ambos habían
conseguido que la reacción de Weil-Felix arrojara un resultado positivo
en una persona sana, por primera vez en la historia, y sin que nadie más
en el mundo lo supiera.
Adjuntaron
la muestra de sangre del primer paciente al laboratorio oficial nazi,
cruzando los dedos de que no hubiera un nuevo y desconocido sistema de
detección alemán. A los dos días recibieron el famoso telegrama rojo:
“Achtung, Fleckfieber! (Peligro Tifus) […] confirmado positivo. Aíslen al paciente. Imposible pise suelo alemán”

A
partir de ese momento los doctores diseñaron un complejo y estratégico
plan para Pseudo-infectar a la mayor cantidad posible de polacos.
Secretismo absoluto para con esposas y familia cercana. Con tácticas
inteligentes para no levantar sospechas, siguieron las directrices
marcadas por epidemias anteriores intentando imitar el comportamiento de
un contagio natural.
En
verano disminuían las falsas infecciones pues los piojos (portadores de
la enfermedad) eran menos comunes por el aumento de las temperaturas.
En el otoño de 1942 iniciaron la mayor campaña de infección. Mientras
Matulewicz preparaba las muestras el Dr. Lazowski se dedicaba a buscar
pacientes con gripe o con síntomas parecidos al tifus y tras advertirles
de que quizás padecían la enfermedad, les ponía una la falsa-inyección
diciéndoles que era para aumentarles la resistencia. Al poco tiempo les
llamaba para tomarles la muestra de sangre y enviarla al laboratorio.
Tras
hacer cuentas y ver el escaso número judíos y no judíos salvados
aumentaron el riesgo de ser descubiertos ideando un nuevo compuesto que
simulaba la sintomatología del tifus de una forma inofensiva y pasajera,
de esta forma podían inocular el reactivo y engañar a los equipos de
arbitraje nazi. Las cifras aumentaron.
Parecía
todo muy prometedor para el joven equipo médico hasta que los alemanes
enviaron una dotación de inspección médica a la región para verificar el
alto número de casos de la “enfermedad” y la escasez de defunciones. El
equipo, compuesto de unos pocos médicos y demasiados soldados armados,
se reunió con el Dr. Lazowski a las afueras de la ciudad, donde un
premeditado ‘banquete’ esperaba a los Nazis. Entre viandas y bebida el
Dr. Lazowski consiguió reducir el grupo de inspección a sólo 2 unidades,
ambas perjudicadas por la bebida. Con ellos se dirigió al sanatorio
donde les esperaban infinitas muestras. No hubo más problemas.
Toda
la región se llenó de carteles marcando territorio contaminado. El
infierno para unos, fue paraíso para otros que consiguieron eludir el
reclutamiento.
Al
terminar la guerra ambos médicos se separaron. Lazowski se instaló en
Chicago a partir de 1958, como pediatra y profesor de medicina en la
Universidad de Illinois y cuando se enteró del paradero de Matulewicz
(médico en el Zaire) intercambió con él correspondencia confesando al
mundo sus hazañas en 1977 para una revista Norteamericana de
microbiología.
En
el año 2003 el cineasta Ryan Bank comenzó a preparar un documental
sobre los hechos, pero la falta de financiación y la muerte de Lazowski
en 2006 interrumpieron el proyecto indefinidamente.
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